Don Roque es un hombre sencillo, trabajador, hogareño y amante de su familia. Su esposa le había dado un hijo, al que llamaron Juan. A raíz de ese momento, su vida cambió y se llenó de esperanza. Muy ilusionado, por su paternidad, se entregó aún más a su trabajo y buscó un segundo empleo, pues su sueldo no era suficiente para darle a su hijo un futuro digno; no quería que la escasez que él había padecido la sufriera su hijo. Su anhelo convirtió toda su lucha ,en una dedicación plena de entrega a su familia. Su gran amor a su esposa y agradecido por la bendición de su hijo.
En su sencillez, fue el hombre más feliz del mundo. Dios le había concedido una familia y una razón para soñar; no necesitaba nada más, a excepción de que la salud no le faltara, es todo cuanto poseía para sustentar a su familia, y una voluntad férrea de trabajar para sacar adelante a los suyos.
Pasó el tiempo y en el día de hoy, la calvicie delata su vejez, tiene setenta y siete años y hace veintisiete que perdió a su esposa. Su hijo Juan es hoy un señor importante, tiene un buen empleo, fruto de los estudios universitarios que su padre, con su trabajo y una vida de privaciones, pudo pagarle. Dos nietos vinieron a aumentar la familia, lo pequeñines son: Juan (Juanito, de ocho años) y Jorge, el mayor, ya tiene trece años, es el que se parece más al abuelo.
El abuelo vivía solo desde que quedó viudo. Tan larga soledad empezaba a serle muy dura, por lo que se decidió a hacerle una petición a su hijo.
Era un día gris de otoño, cuando el paisaje se tiñe de ocre y las hojas, como mariposas, bailan en el aire, tejiendo una alfombra grisáceas entristeciendo las calles de su humilde barrio. El abuelo se presentaba en el domicilio de su hijo. Ya delante de su casa, con mano indecisa y temblorosa tocó el timbre y esperó. La puerta se abre muy despacio, y la diminuta figura de Juanito aparece como adornada en el marco de la puerta, su pequeño rostro se avivó alegremente, era su querido abuelo, ¡Papá!, ¡Papá!, grita el pequeño (como queriendo ser oído desde lejos) ¡es el abuelito!.
Esperando quieto frente a la puerta, con sus ojitos, aún brillantes, miraba a su pequeño nieto, muy orgulloso de tener una continuidad de si mismo y ¡Cómo se parece a su abuela¡, pensó, si lo pudiera ver que contenta se pondría. Al fondo, la figura de su hijo, un poco contrariado, se acercaba hacia la entrada.
– Juanito ¿cuantas veces he de decirte que no abras la puerta? ¡Ha!, pero si es el abuelo -- Juan mira a su padre y le dice:
-- Pasa adentro hombre, no te quedes ahí quieto que hace corriente y puedes resfriarte.
Don Roque, agradecido por la atención recibida, se introduce a lo largo del pasillo, entrando en un lujoso salón y se acomoda en el viejo butacón, el cual parecía estar destinado a su exclusivo uso.
– Mira Juan quería decirte que... --Inmediatamente fue interrumpido por su hijo, quien le pregunta.
– ¿Cómo vienes un día tan desapacible?, debe ser muy importante para que hayas venido con este tiempo, ¿Te encuentras mal?, ¿necesitas algo?
Apabullado de tantas preguntas seguidas, unas tras otra, sin tiempo a poder responder, hace un intento de levantarse, pero es impedido por su hijo, que le recomienda que se siente y descanse, que luego estarás muy fatigado para la vuelta.
– No hijo, no te preocupes por mi regreso, es que no quiero volver a casa, he venido para ver si me puedo quedar a vivir con vosotros, estoy muy solo y desde que tu madre nos dejó, la soledad me asfixia, estoy todos los días recordándola y todos son recuerdos felices con ella y no puedo seguir así, necesito a mi familia.
Dicho esto, su tristes ojillos se quedaron inmóviles, fijos en la reacción que pudiera ocasionarse, por fin lo dijo seguido y de una vez,.
– Pero papá, sabes que no tenemos sitio, los niños necesitan sus habitaciones, no tenemos donde te puedas quedar, ya lo hemos hablado otras veces.
Muy contrariado y preocupado por la negativa, empezó a temer que tendría que volver a su solitaria casa, pero no quería ceder y estaba decidido, no renunciaría a vivir sin los suyos, lejos de rendirse se levantó e insistió.
– Ya lo sé, pero ya soy demasiado viejo para tanta soledad, en cualquier rincón podría acomodarme, lo importante es estar con vosotros, con mi familia.
Juan empezó a preocuparse, consciente de la testarudez de su padre y debería de andarse con cuidado, optó por un cambió en su actitud, adoptando una postura más bondadosa y tierna.
– ¡Que más quisiera que tenerte con nosotros!, te queremos mucho, tu lo sabes, y a tus nietos les gustan tu compañía, te adoran y te nombran mucho.
Don Roque, dispuesto a todo, lanzó la pregunta con toda decisión.
– ¿Si tuvieras un perro donde lo alojarías?, seguro que tendrías un sitio para él.
Esto dejó perplejo a su hijo, que no se lo esperaba, y muy decidido, le contestó.
– En el patio, le compraría una casita y allí tendría un sitio donde vivir.
Después de tal respuesta, pensó que sería definitiva y que, por fin, el abuelo acabaría convencido.
Pero lejos de amedrentarse, con toda firmeza contestó.
– De acuerdo viviré en el patio, hazme la casita un poquito mas grande y me servira a mí, ¿Ves cómo había un lugar para mí? Como no tenéis perro...
– ¡Pero papá! ¿Cómo vas a vivir en el patio? hablaba de un animal, no de ti.
– Si se aloja él ¿Cómo no voy hacerlo yo?, ¿no crees que soy más importante?....
Muy contrariado y bastante enojado, reconociendo que la batalla estaba perdida y con un fuerte disgusto, casi gritando, asintió.
– Vale, vale, de acuerdo, cómo tu quieras, quédate a vivir en el patio si es lo que quieres, decidido a no contradecirle,-- muy seguro que, después de un día, lo lamentaría y regresaría a su casa,-- Como quieras, tu sabrás que es lo que haces,-- Le contestó muy contrariado y enojado.
Con voz alterada y con muy mal humor, llama a su hijo Jorge, el cual acude de inmediato, había seguido curioso y oculto toda la discusión entre su padre y su apenado querido abuelo.
– ¿Que quieres papá?
– Mira hijo, tu abuelo va a quedarse a vivir con nosotros, dile a mamá que te dé una manta, quiere quedarse a dormir en el patio, pasará frío si no le damos algo que lo cubra y le dé calor.
Don Roque quedó muy satisfecho, al fin estaría con su familia, los vería todos los días.
Más tarde, Juan fue a ver si su hijo para asegurarse que estaba realizado la petición de ocuparse de la manta, cuando lo encontró sentado en el suelo estaba con unas tijeras dividiéndola en dos partes.
– ¿Qué haces hijo?, ¿Por qué estropeas la manta? ¡¡sabes que para el abuelo!!.
Jorge con las tijeras en la mano, y delatando sorpresa en su rostro, al ver a su padre tan disgustado. le contestó con un gesto algo frustrado y desilusionado, no comprendía el airado enfado de su padre.
– Papá, es que quiero dejar la otra mitad para cuando tú seas viejo y no pases frío.
Fin.
Esta pequeña historia has sido escrita tras oír, en sueño y medio dormido, en la almohada por la radio, un pequeño relato que me hizo despertar. perdí el sueño y estuve reflexionando, no por el nombre en si, todo lo contrario (mi nombre es Roque), lo cruel que resulta ser viejo y aún más si tienes una familia y vives solo.
No conozco literal y exactamente como se desarrolló el relato, pero me lo imagino algo parecido a esto.
Pido disculpa al autor por tal atrevimiento. Roque Cruz